El 01 de noviembre de 2018, Día de Todos los Santos, la Santa Sede
comunicaba al mundo uno de los descubrimientos más escalofriantes de los años
recientes en el Vaticano. Se trata de un macabro hallazgo de huesos humanos en
la reforma de su nunciatura apostólica en Roma. En automático, todos los
italianos pensaron en el caso más emblemático de secuestro y tortura que haya
involucrado a la jerarquía vaticana, el caso de Emanuela Orlandi.
Emanuela Orlandi era hija
de un funcionario del Vaticano quién trabajaba directamente con el Papa, y que en su momento de desaparición, hace 35
años, tenía la edad de 15 años. Su secuestro y aparente asesinato, es un caso
sin resolver en Italia a pesar de las décadas transcurridas.
De acuerdo a diversas investigaciones y a testimonios de personas
involucradas directamente al caso, la niña fue secuestrada y asesinada por
Renatino (apelativo de Enrico De Pedis, capo de la mafia Magliana), cumpliendo
órdenes de Paul Marcinkus (expresidente del Banco Vaticano) ya que el padre de
la niña había tenido en sus manos documentos comprometedores que había visto
sin querer. Ante ello, el Vaticano decidió ocultar la información y presupuestó
500,000 millones de liras para montar un despliegue de silenciamiento a toda la
prensa de investigación, donde incluso el Papa Juan Pablo II participó en este
proceso. A la fecha, pese a este descubrimiento, fuentes del ala más
conservadora del Vaticano se han encargado de desmentir y minimizar el
descubrimiento, culpando solamente a Renatino y como mera coincidencia que
hayan llegado los huesos a ese destino.
Pero, este caso acaba de remecer los cimientos de la Iglesia Católica, y de
los múltiples casos ocultos que trae bajo sus sotanas. Desde los apóstoles de
Jesucristo hasta la jerarquía que acompaña al Papa Francisco, la Iglesia estuvo
rodeada de gente con hambre de poder.
Pedro fue el primero, y quién al verse opacado por la que era su más fiel
apóstol, María de Magdala (o María Magdalena), decide ponerle trampas para no
dejarle espacios de liderazgo en el grupo de los discípulos. Luego de la
ascensión de Cristo a los cielos, María Magdalena huye a Francia tras el exilio
obligado que le imponen Pedro y los 10 discípulos restantes. Desde aquí Pedro y
los demás, empiezan a forjar una historia favorable para cada uno de los
apóstoles y sancionando a lo diferente, Judas Iscariote y María Magdalena.
Esta historia viajó por el tiempo hasta el momento en que Constantino,
emperador del Imperio Bizantino, decide volverse al cristianismo, y para tal
fin, adopta las historias de los apóstoles y además añade elementos nuevos a la
historia bíblica, cómo el rol de las mujeres en la sociedad bizantina, los
ritos y costumbres que se entremezclan entre las judías con las otomanas, entre
otros. Elementos que le serán útiles para poder fortalecer su hegemonía como
emperador absoluto del Imperio. Este es el primer registro de la entrada en
política de la religión católica, curioso evento que contrasta con la
separación de religión y política que tanto intentó difundir Jesús (“Al Cesar
lo que es del Cesar, y a Dios lo que es Dios”).
A partir de ese momento histórico, la Iglesia Católica luchó de forma
constante en mantenerse cómo una institución hegemónica y con poder político. Durante
siglos, la Iglesia tuvo Estados Pontificios, con armadas y estructuras
organizativas de una monarquía. De esta manera, la Santa Sede negociaba con
otros países con un airado poder ya que ostentaba el beneficio divino que otras
naciones carecían. En este sentido, los Papas fueron nombrados por las diversas
familias poderosas de Italia cayendo de manera recurrente en la simonía.
Esta hegemonía política se mantuvo durante la época medieval, la era
moderna, y la vida contemporánea. Parte de las acciones para mantener este
poder fueron duramente criticadas y forman parte de la historia oscura de la
Santa Sede. Acciones como negociar con Mussolini sobre los Estados Pontificios,
y firmar un armisticio con Hitler para mantener neutralidad durante la Segunda
Guerra Mundial, a cambio de no interferir en el genocidio de judíos y de las
minorías sociales.
En América Latina no fue distinto, los distintos arzobispados de las
principales capitales de la región fueron cómplices de las dictaduras más
crueles como la de Videla en Argentina. En este caso, los obispos Raúl
Primatesta, Juan Carlos Aramburu y Vicente Zazpe, comunicaron al Papa Pablo VI
que negociaron con el dictador para tener un discurso disuasivo ante los
familiares de los desaparecidos y asesinados por el gobierno, de forma que no
duden de Videla, a cambio de continuar con el financiamiento del Estado hacia
el Obispado de Buenos Aires.
Otros casos similares a los de Videla se dieron durante la dictadura de
Alberto Fujimori en Perú con el actual cardenal y arzobispo de Lima, Juan Luis
Cipriani, quién a través de los comunicados hacia el Papa Juan Pablo II reveló
la estrategia de apoyar al gobierno a cambio de financiamiento. También se
replicó esto en Chile, durante la dictadura de Pinochet y el apoyo incondicional
de Jorge Arturo Agustín Medina Estévez – entonces cardenal de Chile -quién no
sólo buscaba legitimar, mediante la religión, los delitos de lesa humanidad,
sino que contribuyó en la desaparición y asesinatos de obispos opositores a la
dictadura.
Respecto a sus posiciones políticas, los concilios y sínodos convocados por
la Iglesia Católica a lo largo de los siglos, han sido los foros perfectos
donde se ha forjado los principios básicos de su religión. Principios que se
han formado sobre la base de criterios sociales, políticos y coyunturales. Al
fiel estilo de un parlamento, las decisiones sobre qué postura tomaría la
Iglesia ante diversos temas y/o situaciones se han tomado por decisión
mayoritaria del concilio o sínodo, pero que en el fondo implicó siempre
negociación entre los diversos involucrados para llegar a esos acuerdos.
Las decisiones del celibato y de la participación de las mujeres en la vida religiosa, las posturas sobre el divorcio, el aborto, el matrimonio de personas del mismo sexo, entre otros aspectos, no responden a un criterio religioso o teológico, sino más bien por creencias, costumbres y/o por guardar apariencias de santidad frente a la sociedad.
En años recientes, los escándalos de pederastia por parte de diversos sacerdotes
en todo el mundo han marcado precedentes en la Iglesia ya que, a la fecha ni
uno ha sido puesto a disposición de la justicia local o internacional. Todos
han sido “sancionados” por la institución y cambiados de su jurisdicción eclesiástica
como máxima pena. Esto, porque todos los implicados en estos casos tienen una
posición importante dentro de la jerarquía local del obispado que dirigen. Este
blindaje ha indignado a la sociedad, y en tiempos dónde la información es cada
vez más abierta y conocida, la población católica ha empezado a reducirse por
estos eventos que indignan, pero que sobre todo cuestionan sobre que principios
se está forjando la formación católica.
Han pasado más de 2000 años desde la formación de la Iglesia Católica, pero a lo largo de los siglos se ha desviado de su objetivo principal que es brindar preceptos básicos de amor, paz, y responsabilidad para llevar la vida cotidiana, tal y cómo lo profesaba Cristo.
A cambio, los líderes de la Iglesia en lugar de ser los ejemplos de humildad que requiere la sociedad, se han encargado buscar ejercer poder político a través de una hegemonía absurda, llenándose de ambición, avaricia, lujuria y cuánto pecado capital exista, a costa de mantener un rol relevante en el espectro político mundial sin perder los privilegios monárquicos que aún mantienen.
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