En los años recientes, la
migración masiva ha sido una vía de escape para personas de algún país que
sufre una crisis profunda en materia económica y social. Hemos sido testigos de
fuertes olas de migración por parte de sirios, venezolanos y recientemente de centroamericanos,
quiénes intentan escapar de los estragos de vivir en sus países, sumidos en la
opresión, la violencia y la pobreza extrema.
En realidad, este fenómeno social
no es nuevo en el mundo, ya que desde las primeras civilizaciones sedentarias
se dieron lugar múltiples migraciones que se reflejaban en conquistas
de tierras nuevas, y cuyo objetivo era escapar y/o mejorar su situación
socioeconómica. Así pues, desde el siglo XIV los españoles,
portugueses, franceses e ingleses, ocuparon territorios lejanos a
Europa con la finalidad de hacer resurgir la economía de sus imperios ante la
crisis que vivían. Dichas conquistas no solo incentivaron la migración entre
las colonias y sus colonos, sino entre pobladores de las diversas colonias.
Luego de los períodos de
conquista, y a lo largo de múltiples décadas, algunos eventos históricos han
permitido la migración masiva de personas: Entre 1941 y 1945, alemanes, judíos,
polacos y checos migraron de Europa ante el genocidio implantado por Hitler
durante la Segunda Guerra Mundial; y luego de la guerra, los japoneses y chinos
migraron hacia países europeos y americanos por la pobreza y crisis económica
que les dejó el conflicto bélico. Y de cómo estos casos, a lo largo del tiempo
han sido muchas las corrientes migratorias que se han desplegado como respuesta
a situaciones sociales, económicas y políticas de cada país o región, por lo
que no debería sorprender estas recientes olas migratorias, ya que forman parte
de la naturaleza humana.
También ha sido normal que, en
todos los procesos migratorios masivos las reacciones de las sociedades y
gobiernos que los reciben haya sido adversa. Por ese motivo, a la mayoría de
estos migrantes se les apartó socialmente, se exiliaron en algún lugar remoto o
se insertaron en las sociedades a través de trabajos qué nadie quería hacer
(esclavitud, servidumbre, entre otros). Pese a ello, luego de varias décadas,
estos migrantes han logrado posicionarse de forma importante en diversas sociedades,
fusionar sus costumbres, e implantar nuevos legados y generaciones. Esto se ve
reflejado en la arquitectura y costumbres de ciudades como Oxapampa en Perú y
Blumenau en Brasil (ambas con fuerte influencia teutónica que llevaron los
migrantes), en la gastronomía como la fusión de comida japonesa o china con las
comidas latinoamericanas, y en demás aspectos de la vida cotidiana de los
países que recibieron a estas olas migrantes en su momento.
Hoy, la situación no es muy
distinta, la migración venezolana hacia diversos países de América Latina ha
preocupado a más de un país, y muchos han cuestionado su llegada. Lo mismo sucedió con los sirios en diversos
países de Europa y América del Norte, y con los centroamericanos en México y
Estados Unidos. La diferencia con las olas migratorias del pasado es que estos
éxodos no solo tienen que enfrentar los golpes sociales naturales en un proceso
migratorio de esta naturaleza, sino también aquellos que provienen de los
gobiernos quiénes en búsqueda de legitimidad popular ejercen presión sobre
estos migrantes generándoles incertidumbre y acrecientan las tensiones
sociales.
Es cierto que con la ola
migratoria algunos problemas sociales se han agravado en algunas ciudades,
tales como la delincuencia, la mayor competencia agresiva en el terreno laboral
por costos, y/o la abundancia de comercios informales y hasta ilegales, sin
embargo, es importante considerar que estos efectos son consecuencias naturales
del crecimiento de las ciudades o metrópolis y de la mayor densidad poblacional
que esta genera. Pese a ello, las sociedades empezaron un proceso de hartazgo
hacia los migrantes, cada vez mayor.
Esto, junto a la clara ausencia
de políticas públicas que permitan un proceso suavizado de adaptación de la
nueva población, generó que se desarrollaran corrientes nacionalistas, cuya
solución inmediata y efectista consiste en cerrar fronteras y expulsar
extranjeros. Esta propuesta de política empezó a calar en el hartazgo de la población
y las opciones nacionalistas empezaron a tener una posición relevante en el
escenario político de diversos países europeos y americanos.
En este sentido, los
nacionalistas han ido ganando terreno en las arenas políticas con un discurso
anti migrantes, muy nacionalista y contrario al efecto de globalización que se
vivió a plenitud en las décadas pasadas. Muestra de ello son: La participación
de la nacionalista de extrema derecha Marine Le Pen en la segunda vuelta
electoral presidencial de Francia; el resultado a favor del Brexit en el Reino
Unido; la participación de la extrema derecha representado por Geert Wilders en
la segunda vuelta electoral presidencial de los Países Bajos; la llegada, por
primera vez, al parlamento alemán de la ultraderecha nacionalista; la elección
de Donald Trump como Presidente de Estados Unidos; y la elección de Jair
Bolsonaro como Presidente de Brasil.
Incluso en las recientes elecciones
de mitad de mandato en Estados Unidos se utilizó el discurso contra la Caravana
Migrante de centroamericanos como arma política para ganar votos. Tal es así
que muchos escépticos han empezado a especular sobre la posibilidad de financiamiento
de la Caravana Migrante por parte del gobierno de Trump, con miras a ser utilizados
para ganar votos de la población, cada vez más grande, de anti migrantes y no
perder la preponderancia en el parlamento norteamericano. Esta teoría, no
probada, tiene cierto sentido toda vez que la población de Estados Unidos tiene
mucha sensibilidad sobre este tema.
Separando el espectro político y
analizando el comportamiento de la sociedad civil, europeos y americanos están
dando una señal clarísima de intolerancia hacia la migración. En los países
europeos y en Estados Unidos, la discriminación hacia los migrantes ha ido
incrementándose mediante insultos e incluso agravios físicos. La agresión hacia
personas con aspectos físicos latinos o musulmanes se ha hecho muy común por
parte de los locales, así como insultos y acciones denigrantes hacia personas
que hablan un idioma distinto del originario del lugar (cómo hablar español en
el Reino Unido o en Estados Unidos, por ejemplo). En América Latina, la
historia no es muy diferente en el sentido que el rechazo hacia los migrantes va
creciendo y aunque las muestras de discriminación no son tan contundentes,
existe una fuerte comunión con ideas de repatriarlos hacia sus países de
origen, a pesar que de hacerlo pondrían en riesgo su integridad (como a
venezolanos o centroamericanos, por ejemplo).
Es claro que las corrientes migratorias
han sido, son y seguirán siendo parte de la vida del mundo. Lo que debemos
cuestionarnos es ¿Hacia dónde estamos avanzando? y ¿Qué estamos haciendo para
garantizar una convivencia armónica ante fenómenos de este tipo? Es evidente
que los gobiernos tienen una ardua labor en la implementación de políticas
migratorias adecuadas para adecuarse a estos fenómenos, pero también se hace
fundamental que nosotros empecemos a poner en práctica el respeto hacia los
demás como principio fundamental en nuestra vida cotidiana, en toda la
extensión de lo que ello implica, y en volvernos productivamente competitivos
en un mundo cada vez más globalizado y menos encapsulado en clusters nacionalistas.
Desgraciadamente hoy en día los problemas de un País se trasmite a los migrantes aunque estén de paso.
ResponderEliminarEso es una realidad también. Lo cierto es que cómo sociedad nos queda muchísimo por trabajar, hay sociedades de las cuáles podremos replicar las mejores prácticas, cómo Canadá por ejemplo. No será perfecta pero siempre se pueden tomar las mejores prácticas para ir aplicándolas dónde nos toque vivir. Gracias por comentar, saludos.
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